SACRIFICIOS
Los sacrificios eran muy importantes para los aztecas porque creían que sin estos sacrificios los dioses los dioses no recibirían sus honras y el mundo llegaría a su fin. La noción central era que sin muerte no podía haber vida. Sin esa alimentación constante a Huitzilopoctli, además, el Sol dejaría de salir. El sacrificio, entonces, era para mantener el equilibrio del universo, y evitar el fin del mundo.
Además de conquistar territorios, las guerras tenían la finalidad de conseguir cautivos destinados a ser sacrificados. La forma más usual era colocarles sobre el altar en el templo donde cuatro sacerdotes le sujetaban por las extremidades mientras un quinto le extraía el corazón todavía palpitante con un cuchillo de obsidiana. Tras ser arrancado, el corazón era ofrecido a los dioses mientras el cuerpo se arrojaba por las escalinatas del templo. A veces el cuerpo se desmembraba y se comía en un claro ejemplo de canibalismo ritual. El dios al que más hombres se sacrificaron fue Huitzilipochtli de Tenochtitlán, dios solar y guerrero.
Era tal la necesidad de hombres para ser sacrificados que incluso existía un tipo de guerra destinada a este fin, las “Guerras Floridas” establecidas entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan por un lado, y los Estados rivales de Tlaxcala y Huexotzinco, del otro. El objetivo de estos enfrentamientos era proporcionar una cantidad enorme de guerreros para ser sacrificados. Cuando un guerrero era apresado se entendía que era el dios mismo el que lo capturaba y la muerte en la piedra del sacrificio eran un gran honor para el sacrificado y su familia.
A la hora del sacrificio, en la plaza situada en la parte inferior del templo se asentaba la población común (macehuatli). Este, probablemente, estaba bajo el influjo de una música de percusión muy reiterativa que le facilitaba el acceso a un estado mental especial, parecido a un trance, y veía ascender, por las escalinatas del templo, las procesiones religiosas que llegaban hasta su cumbre.
La procesión religiosa estaba compuesta por los sacerdotes importantes (Tecuhtlí) y por los que iban a ser sacrificados.
El sumo sacerdote se embadurnaba con un unte negro preparado a base de una ceniza, obtenida al quemar animales ponzoñosos, y a la que se añadían tabaco y la semilla molida de una planta alucinógena llamada ololuchqui. El sumo sacerdote tenía una gran melena, ya que nunca se cortaba el cabello y posiblemente, se adornaba con un tocado de plumas de quetzal o de águila.
El que iba a ser sacrificado era, generalmente, un prisionero de guerra, pero también podía ser un voluntario. La necesidad de obtener víctimas para los sacrificios era tan acuciante que, muchas veces, las guerras se hacían para obtener prisioneros y un hombre común podía subir de rango social si hacía prisioneros a 4 enemigos. El cuerpo de la víctima era pintado con largas líneas rojas, para indicar que estaba destinado al sacrificio.
A la hora del sacrificio, 4 sacerdotes sujetaban a la víctima, cada uno por un miembro, y lo echaban de espaldas sobre una piedra puntiaguda que hacía las veces de altar (téchcatl). Un quinto sacerdote traccionaba hacia atrás del cuello de la víctima mediante una especie de collar. Tras esto, el sumo sacerdote cogía un gran cuchillo de sílex muy agudo y ancho, y con un hábil movimiento, practicaba un corte a nivel del hemitórax izquierdo de la víctima para, seguidamente, introducir una de sus manos en esta cavidad y arrancar el corazón a la víctima. El corazón babeante de sangre era depositado en un brasero con copal y ofrecido a la divinidad. El cuerpo sangrante del que había sido sacrificado era lanzado por la escalinata para dejar sitio a otra víctima y, posteriormente, podía ser consumido, excepto su tronco, como alimento. En algunas ceremonias, la víctima era desollada y el sumo sacerdote se vestía con la piel así obtenida.
En el futuro, los cráneos de los sacrificados podían quedar expuestos sobre una especie de plataforma (tzompantli), como sucedía en la ciudad maya de Chichén ltzá, influenciada grandemente por los aztecas.
Al atardecer del día último del ciclo, todos los fuegos eran apagados, y sólo los sacerdotes en la cima del cerro eran los indicados para iniciar un fuego nuevo, mientras un sacrificio humano era realizado, se sacrificaba al mejor de los guerreros o a una persona importante para el pueblo y se quemaban o destruían los artículos de guerra y personales ya que el fuego nuevo para ellos era renovación.
Dicho cerro se encuentra en el centro de la populosa delegación (o municipio) de Iztapalapa en la ciudad de México, donde actualmente se realiza la crucifixión.
Además de conquistar territorios, las guerras tenían la finalidad de conseguir cautivos destinados a ser sacrificados. La forma más usual era colocarles sobre el altar en el templo donde cuatro sacerdotes le sujetaban por las extremidades mientras un quinto le extraía el corazón todavía palpitante con un cuchillo de obsidiana. Tras ser arrancado, el corazón era ofrecido a los dioses mientras el cuerpo se arrojaba por las escalinatas del templo. A veces el cuerpo se desmembraba y se comía en un claro ejemplo de canibalismo ritual. El dios al que más hombres se sacrificaron fue Huitzilipochtli de Tenochtitlán, dios solar y guerrero.
Era tal la necesidad de hombres para ser sacrificados que incluso existía un tipo de guerra destinada a este fin, las “Guerras Floridas” establecidas entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan por un lado, y los Estados rivales de Tlaxcala y Huexotzinco, del otro. El objetivo de estos enfrentamientos era proporcionar una cantidad enorme de guerreros para ser sacrificados. Cuando un guerrero era apresado se entendía que era el dios mismo el que lo capturaba y la muerte en la piedra del sacrificio eran un gran honor para el sacrificado y su familia.
A la hora del sacrificio, en la plaza situada en la parte inferior del templo se asentaba la población común (macehuatli). Este, probablemente, estaba bajo el influjo de una música de percusión muy reiterativa que le facilitaba el acceso a un estado mental especial, parecido a un trance, y veía ascender, por las escalinatas del templo, las procesiones religiosas que llegaban hasta su cumbre.
La procesión religiosa estaba compuesta por los sacerdotes importantes (Tecuhtlí) y por los que iban a ser sacrificados.
El sumo sacerdote se embadurnaba con un unte negro preparado a base de una ceniza, obtenida al quemar animales ponzoñosos, y a la que se añadían tabaco y la semilla molida de una planta alucinógena llamada ololuchqui. El sumo sacerdote tenía una gran melena, ya que nunca se cortaba el cabello y posiblemente, se adornaba con un tocado de plumas de quetzal o de águila.
El que iba a ser sacrificado era, generalmente, un prisionero de guerra, pero también podía ser un voluntario. La necesidad de obtener víctimas para los sacrificios era tan acuciante que, muchas veces, las guerras se hacían para obtener prisioneros y un hombre común podía subir de rango social si hacía prisioneros a 4 enemigos. El cuerpo de la víctima era pintado con largas líneas rojas, para indicar que estaba destinado al sacrificio.
A la hora del sacrificio, 4 sacerdotes sujetaban a la víctima, cada uno por un miembro, y lo echaban de espaldas sobre una piedra puntiaguda que hacía las veces de altar (téchcatl). Un quinto sacerdote traccionaba hacia atrás del cuello de la víctima mediante una especie de collar. Tras esto, el sumo sacerdote cogía un gran cuchillo de sílex muy agudo y ancho, y con un hábil movimiento, practicaba un corte a nivel del hemitórax izquierdo de la víctima para, seguidamente, introducir una de sus manos en esta cavidad y arrancar el corazón a la víctima. El corazón babeante de sangre era depositado en un brasero con copal y ofrecido a la divinidad. El cuerpo sangrante del que había sido sacrificado era lanzado por la escalinata para dejar sitio a otra víctima y, posteriormente, podía ser consumido, excepto su tronco, como alimento. En algunas ceremonias, la víctima era desollada y el sumo sacerdote se vestía con la piel así obtenida.
En el futuro, los cráneos de los sacrificados podían quedar expuestos sobre una especie de plataforma (tzompantli), como sucedía en la ciudad maya de Chichén ltzá, influenciada grandemente por los aztecas.
RITUAL DE FUEGO NUEVO
Para los antiguos Aztecas, cada ciclo de 52 años en la antigua Tenochtitlan, el mundo estaba en peligro de dejar de existir si el sol no se levantará de nuevo, por ello era encendido en un templo que actualmente se encuentra bajo el cerro de la estrella, (cuyo nombre prehispánico era Huizachtecatl), por medio de un ritual, el fuego nuevo, buscando animar al sol a salir por otro ciclo de 52 años más.
Al atardecer del día último del ciclo, todos los fuegos eran apagados, y sólo los sacerdotes en la cima del cerro eran los indicados para iniciar un fuego nuevo, mientras un sacrificio humano era realizado, se sacrificaba al mejor de los guerreros o a una persona importante para el pueblo y se quemaban o destruían los artículos de guerra y personales ya que el fuego nuevo para ellos era renovación.
Dicho cerro se encuentra en el centro de la populosa delegación (o municipio) de Iztapalapa en la ciudad de México, donde actualmente se realiza la crucifixión.
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